Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 1180
Fin: Año 1200

Antecedente:
Santiago y el maestro Mateo

(C) Ramón Yzquierdo Perrin



Comentario

Lo que hoy forma el Pórtico de la Gloria no es más que una parte de lo que construyó Mateo, ya que lo cerraba una fachada que nada tenía que ver con la descrita en el Calixtino, y que llegó hasta los primeros años del siglo XVI, momento en el que el cabildo acordó colocar puertas de madera que permitieran cerrar la iglesia. Como el arco central era tan amplio resultaba imposible cumplir el acuerdo por lo que, en 1519, se mandó convertirlo en dos más pequeños y que así se colocasen las hojas de madera. El gran arco medieval, que permitía la visión del pórtico desde el exterior, fue destruido; sólo se respetó el que, por dentro, sostenía las bóvedas. Es decir, que la perfección de la obra de Mateo permitió la alteración sin que el conjunto peligrase, lo que se repetirá en el siglo XVIII cuando se derribe lo que quedaba de la fachada para hacer la del Obradoiro. Puede reconstituirse la obra medieval gracias al dibujo del canónigo Vega y Verdugo, de 1657, y a los restos que se han encontrado. La conservación de la fachada antigua de la catedral de Orense y su relación con la de Santiago hacen el resto.
El primer cuerpo del hastial compostelano se abría a la lonja que todavía existe y tenía tres puertas, como la organización arquitectónica del interior. El arco central se conoce a partir de las dovelas recuperadas a partir de 1964 por el doctor Chamoso, a quien se debe la reconstrucción de una parte. Su luz era de unos ocho metros, que coincide con el que abarca las dos puertas centrales del Obradoiro. Tenía tres arquivoltas. La mayor con una serie de ángeles, cobijados por arquitos de medio punto moldurados y con pequeñas rosetas en sus enjutas. Llevan las cabezas ceñidas por coronas, las alas desplegadas y las manos se disponen en actitud orante, o agarran cartelas o libros. Tal fórmula fue seguida con ligeras variantes en el mismo arco de la fachada de Orense, así como por otras: arquivolta que ciñe el tímpano de Clavijo de la catedral de Santiago y en las principales de San Lorenzo de Carboeiro y San Salvador de Camanzo (Vila de Cruces, Pontevedra).

La dovela que serviría de clave al arco compostelano reitera las figuras de ángeles, pero con una particularidad: en sus manos, en parte veladas por un paño, sostienen un disco solar llameante, el de la izquierda; y un creciente lunar, el de la derecha. La vinculación con la representación de las claves de las bóvedas de la cripta es clara y el mensaje, el mismo: necesidad que tiene el mundo terrenal de tales cuerpos celestes para alumbrarse, pero no así el interior "porque la gloria de Dios la iluminaba". El tema no fue de los que alcanzaron mayor difusión en Galicia, pero sí se encuentra en otros edificios en los que intervinieron gentes del taller de Mateo, por ejemplo se ven en claves de las bóvedas del gran salón del Palacio de Gelmírez, inmediato además a la fachada; en la catedral de Orense, aunque aquí el que lleva el sol se encuentra en la clave de la capilla mayor, y el que porta la luna está en las arquivoltas de la puerta norte o, por último, en la portada de San Esteban de Ribas de Miño.

La segunda arquivolta del mismo arco de la catedral de Santiago se ornamenta con grandes hojas dispuestas de manera radial y talla cuidada y voluminosa, como es propio del taller mateano. Este motivo, capaz de múltiples variaciones, alcanzó larga difusión en el arte gallego en torno al 1200. La parte superior de la rosca se perfila, con un entrelazo de ascendencia islámica, formado por una cinta. Esta se repite alrededor de los arcos trebolados de la arquivolta menor, en cuyo intradós se cobijan florones con botón central. Su trascendencia fue importante.

De las puertas laterales las noticias y restos son menores. En el siglo XVI se limitaron a colocar en ellas las correspondientes hojas de madera, por lo que llegaron hasta las reformas barrocas. En el citado dibujo de Vega y Verdugo se ve que tenían arco de medio punto peraltado y parece que el menor se apeaba en ménsulas, como en la de Orense. A la puerta derecha -de la izquierda no se conocen restos- pudieron pertenecer dos dovelas en las que se representa a un hombre y una mujer que son castigados por su lujuria, tema repetido en la mitad del semicírculo que ciñe a los réprobos en el Pórtico de la Gloria. ¿Había en esta arquivolta una representación de los vicios? Para Yarza, sin embargo, podrían datar de los años medios del siglo XII y no les atribuye ningún lugar en la catedral.

Sobre estas puertas iban sendos rosetones, con tracería geométrica perdida. Los restos de uno en el Museo de la Catedral, habitualmente atribuidos al de la parte superior de la fachada a pesar de su tamaño, podrían proceder, para algunos, de éstos. En la fachada occidental de la catedral de Orense todavía se conservan tales rosetones, necesarios, como en Santiago, para alcanzar, sin un pesado muro, la altura a la que llegaba el arco central. Servían, además, para iluminar mejor los arcos laterales del pórtico, y las naves correspondientes a través de los óculos abiertos sobre ellos.

De los soportes de los arcos de esta fachada es poco lo que se sabe. A tenor de lo que queda en la contraportada y de los restos conocidos puede afirmarse que los cimacios se decoraban con palmetas, como los de aquélla. A sus capiteles cabe pensar que perteneciera uno, con ornamentación de hojas con detalles al trépano en sus bordes y ejes perlados, que guarda el Museo de la Catedral.

Mayor interés tiene precisar si en la fachada había o no estatuas-columna como las del interior. El primero que se lo planteó fue López Ferreiro, afirmando que "faltan en el gran monumento algunas esculturas", idea reiterada por otros autores, y que se ha visto confirmada por la existencia de varias. Dos se encuentran en el pretil de la lonja del Obradoiro, y la misma situación tenían ya en el siglo XVII, pues son reconocibles en el dibujo citado. Representan a dos reyes bíblicos: David y Salomón. Ambos se sientan en sillas de tijera, ropas con abundantes y quebrados pliegues. Gran detallismo en la talla del arpa-salterio que tañe David. Salomón lleva el cetro en la mano, como el del coro, y su cabeza es de 1730; sustituye a la que le destruyó un rayo.

Otras dos figuras, en pie y con largas cartelas en sus manos, talladas en un tablero rectangular, que evidencia su colocación en unas jambas por el paralelo con el Moisés y san Pedro del pórtico, fueron adquiridas por el Museo de Pontevedra hacia 1957 por 250.000 pesetas. En alguna ocasión se identificaron con Abraham y Jacob, lo que, al no ser seguro, dio lugar a otras interpretaciones de personajes del Antiguo Testamento.

Dos nuevas esculturas fueron propiedad del conde de Gimonde, quien las vendió con ciertas condiciones, posteriormente incumplidas, al Ayuntamiento de Santiago en 1948 por 60.000 pesetas. Hacia 1960 fueron regaladas al general Franco y están en poder de sus herederos. Son dos personajes sedentes, con larga cartela y abundante barba que en alguna publicación han aparecido como Abraham e Isaac.

A veces a estas imágenes se añade otra más, decapitada, también sedente y que probablemente representa a un rey. Tiene los pies cruzados, cartela en la mano derecha, amplio manto sobre el brazo izquierdo, y lo que parece la vaina de una espada en la parte inferior y central de la figura. El plegado de sus ropas es bastante diferente de las anteriores, aunque las proporciones de la obra son semejantes. Es de propiedad particular y se encuentra en la localidad coruñesa de Ponte Maceira.

También en colección particular se guarda una magnífica cabeza que Ramón Yzquierdo localizó y publicó hace pocos años y que corresponde, sin duda, a una nueva estatua-columna de esta fachada. Es de un varón barbado, con cabellera rizada y plácida expresión en el rostro, en el que se llega a esbozar una tenue sonrisa. Al valor que por sí misma tiene es necesario añadir el que proporciona acerca de la técnica seguida en la ejecución de algunas esculturas. Mientras que el cuerpo se labra en el mismo bloque del soporte, sin llegar al bulto redondo, la cabeza sí que lo alcanza y se talla separadamente, siendo luego encajada en el correspondiente cuerpo mediante un vástago de piedra y que esta cabeza ha conservado. La finura de la labor, la colocación en alto y la pintura hacían imperceptible la unión de las piezas.

Todas estas figuras, y otras que se desconocen o que se han perdido, completaban el mensaje del Pórtico de la Gloria, aunque no sea posible concretarlo. No se cuenta tampoco con el paralelo de Orense, también afectado por reformas a partir del siglo XVI.

Según el dibujo de Vega y Verdugo, entre este cuerpo de las puertas y las ventanas, abiertas a la altura de las tribunas, iba un tejaroz con arquitos de medio punto. Se han encontrado cinco arcos; cada uno cobija el busto de un ángel de alas desplegadas y que agarra con sus manos una cartela extendida ante el pecho o un libro abierto. Sus cabezas están aureoladas. Una cinta perfila los arcos y en las enjutas se han tallado rosetas con botón central, algunos pétalos están trepanados. Organizaciones similares se ven en fachadas como las de San Juan de Portomarín y San Esteban de Ribas de Miño, entre otras. A pesar de ello algunos piensan en su inclusión en el claustro medieval de la catedral, lo que llevaría su cronología a mediados del siglo XIII.

Las cuatro ventanas abiertas a la tribuna debían de ser tan sencillas como las del resto del edificio. Las de las naves laterales han conservado, por el interior, los antiguos arcos de descarga, ya que de lo contrario se hubiera venido abajo la bóveda de estos tramos al construirse el Obradoiro. Las dos ventanas centrales desaparecieron al respetarse, únicamente, el arco superior para poder abrir los grandes huecos de la fachada barroca. Las calles laterales del hastial medieval remataban con tres arcos ciegos cobijados por una especie de gablete. El conjunto, conocido sólo a través del dibujo citado, recuerda algunas formas, más decorativas que constructivas, de los cimborrios de las catedrales de Zamora y Vieja de Salamanca, y en menor medida de la sala capitular de Plasencia. Más arriba iban unos arcos que actuaban de arbotantes.

El cuerpo central estaba presidido por un gran rosetón, a juzgar por el apunte de Vega y Verdugo, y por la denominación de espejo grande que le dan los documentos del XVI. Alrededor de él, en los cuatro ángulos, se abrían otros tantos ojos de buey. El rosetón tenía, según el dibujo, una compleja tracería que coincide con la del Museo de la Catedral que he mencionado, pero, como ya dije, entre ambos hay una evidente diferencia de tamaño. Los gastos que originaban las frecuentes reparaciones de su vidriera influyeron en la determinación capitular de derribarlo para llevar a cabo la fachada de Fernando de Casas.

La construcción de este rosetón impulsó la realización de otros a lo largo de la primera mitad del siglo XIII, como por ejemplo el de la fachada principal de la catedral de Orense, único que se acompañaba de otros más pequeños, y hoy convertido en un gran óculo, el de San Juan de Portomarín, San Esteban de Ribas de Miño, o el que hubo en San Lorenzo de Carboeiro y ha dejado inequívoca huella. A través de ellos la luz inundaría los interiores, incorporando así nuevas valoraciones.

Por la parte interior de estos rosetones había un andito que permitía el acceso a él y que se abría hacia la nave. En Santiago esta peculiar tribuna iba sobre el trasdós de las ventanas, y en los extremos tenía ménsulas con ángeles, que permanecen in situ. Tras ellos, en la jamba del ventanal del Obradoiro, perteneciente a la estructura medieval, se ven unos arcos ciegos por los que se salía a él. Era necesario subir por las torres, y al final de la sexta rampa de sus escaleras se encontraban sendas puertas, hoy tapiadas, que a través de un pasadizo de unos 60 cm de anchura, practicado en el espesor del muro, desembocaba en el andito. Este paso coincidía con el remate de arquitos y gablete de las calles laterales que así se justificaba.

Más arriba de los arcos citados, y en las mismas jambas, se ve una imposta con palmetas anilladas que señala el arranque del gran arco que corona la obra y apea la bóveda. Aproximadamente a esta misma altura se encontraba el diámetro del rosetón. Es, pues, un punto en el que se ejercen fuertes presiones que hacían necesarios los arbotantes vistos para trasladarlos hacia las torres que flanquean la fachada.

La edificación de estas torres dio lugar a diversas opiniones. Tras los estudios del profesor Caamaño no hay duda de que son coetáneas del pórtico. Tienen planta cuadrada y se organizan en calles y cuerpos. El primero llegaba hasta el arranque del rosetón central y remataba con arcos de medio punto sobre ménsulas. El segundo se organizaba con nuevos arcos semicirculares que ahora se apoyan sobre columnas, todavía visibles por la parte posterior y laterales. En la torre izquierda, sobre este cuerpo había otro más pequeño que sostenía un tejado de cuatro vertientes; en la derecha había otro cuerpo más. En el interior de las torres se encuentra un núcleo central cuadrado y con estancias superpuestas. Alrededor de él se desarrollan las escaleras. Esta estructura fue respetada por los constructores del Obradoiro, que se limitaron a decorar las partes correspondientes a la fachada y a levantar los cuerpos superiores. La decisión de construir el Obradoiro fue adoptada por el cabildo el 14 de enero de 1738.